(Espanol abajo) 

Dear GGJ Friends and Family, 

Over the past week, black-led uprisings have united a multiracial multitude of peoples demanding justice across all 50 states and territories of the United States. Breonna Taylor, George Floyd, and Tony McDade are only the most recent victims of murder at the hands of police. At the same time, more than 105,000 people have died from #COVID19, disproportionately Black, Latinx, API, and Indigenous. Many of these deaths were highly preventable and are the direct result of decades and centuries of disinvestment in, and exploitation of working class communities. 

We are enraged at the breadth and depth of state violence enacted through the United States - the overt violence of police terror and white supremacists with guns; the violence of U.S. occupations abroad in the form of 800 military bases in 80 countries; the normalized violence of withholding life-saving health care during a pandemic; the violence of rising rents when 40 million people are unemployed; the violence of billionaires’ wealth soaring by $434 billion while 78% of people in the United States live paycheck to paycheck; the gendered violence of an economy fully dependant on reproductive labor that is made invisible, isolated, and unpaid. And there is the violence the extractive economy inflicts upon the planet that is making it less livable by the day as climates warm, sea levels rise, and people sicken from exposure to toxicity. 

Racial terror and the Covid19 pandemic are pressurizing a system that was already failing to meet our needs - an extractive economy built on white supremacy and gender inequity that exploits ourselves, homes, and communities, and protects itself with military force the world over. 

Moving towards a new economy requires us to divest from violence and invest in care. We must divest from the military and police forces and invest in protection, reparation, and transformation utilizing solutions that have worked for frontline communities and workers.  Nationally, we must divest from the military whose projected budget for next year, $636 billion, is over half of the US discretionary budget for 2021. This includes abolishing Immigration and Customs Enforcement (ICE). At the county and state levels we must divest from police, increasingly militarized forces descending from slave patrols that continue to brutalize Black, Brown and Indigenous communities. 

We must protect and repair communities from the historic and present violence and toll of the extractive economy. And we must transform the interdependent relationships that connect our governance system, people, communities, workers, and the Earth toward a regenerative feminist economy. Rather than commodifying violence, a feminist regenerative economy funds care at interpersonal, community and structural levels. 

Regenerative Economy is based on ecological restoration, community protection, equitable partnerships, justice, and full and fair participatory processes. A Regenerative Economy values the dignity of work and humanity and prioritizes community governance and ownership of work and resources, instead of oppressive systems that devalue people and their labor through violent hoarding by a few. Rather than limit peoples’ ability to fully shape democracy and decisions that impact our communities, a Regenerative Economy supports collective and inclusive participatory governance. It requires a re-localization and democratization of how we produce and consume goods, and ensures all have full access to healthy food, renewable energy, clean air and water, good jobs, and healthy living environments. A Regenerative Economy requires an explicit anti-racist, anti-poverty, feminist, and living approach that is intersectional and eschews top-down, patriarchal, classist, xenophobic, and racist ideology.

Feminist Economy understands life—its production, growth, sustenance, and reproduction—as the real source of value. A feminist, regenerative economy upholds four principles to re-envision our world: ensuring bodily autonomy and self-determination as it relates to feminized and GNC people; socializing reproductive labor; being in right relationship with people globally; and being in right relationship with nature.

UN NUEVO ACUERDO VERDE DE LAS PRIMERAS LÍNEAS – HACIA UNA ECONOMÍA FEMINISTA REGENERATIVA

Durante la semana pasada, los levantamientos dirigidos por personas negras han unificado a una gran multitud multirracial de personas que demandan justicia a lo largo de todos los 50 estados y territorios de Estados Unidos. Breonna Taylor, George Floyd y Tony McDade son solamente las víctimas más recientes de los asesinatos a manos de la policía. Al mismo tiempo, más de 105,0000 personas han fallecido debido a la #COVID19 y desproporcionadamente estas personas han sido negras, latinas, de las islas del Pacífico y de Asia e indígenas. Muchas de estas muertes eran altamente prevenibles y son el resultado directo de décadas y siglos de desinversión y explotación de las comunidades de la clase trabajadora.

Sentimos una gran ira por la amplitud y profundidad de la violencia estatal que existe por todo el país; la violencia manifiesta del terror policiaco y lxs supremacistas blancxs armadxs; la violencia de las ocupaciones norteamericanas por el mundo en la forma de 800 bases militares presentes en 80 países; la violencia normalizada que se propaga al no dar acceso al cuidado de la salud que podría salvar vidas durante la pandemia; la violencia en el alza de alquileres cuando 40 millones de personas se encuentran desempleadas; la violencia de la riqueza de los billonarios que alcanza $434 mil millones, mientras que el 78% de las personas en Estados Unidos viven de cheque en cheque; la violencia de género de una economía que depende completamente del trabajo reproductivo que se ha hecho invisible, que es aislado y que no es remunerado. Y también está la violencia que la economía extractiva asesta sobre el planeta y que lo está haciendo cada día menos vivible por el calentamiento climático y el aumento del nivel de los mares, y que está enfermando a las personas debido a la exposición a los tóxicos.

El terror racial y la pandemia de la COVID-19 están colocando al sistema en una olla de presión, un sistema que de por sí estaba fracasando en la satisfacción de nuestras necesidades; una economía extractiva construida sobre la supremacía blanca y la inequidad de género que nos explota, a nuestros hogares y comunidades, y que se protege a sí misma con fuerzas militares alrededor del mundo. 

El movimiento hacia una nueva economía requiere que dejemos de invertir en la violencia e invirtamos en el cuidado. Debemos dejar de invertir en el ejército y la policía, e invertir en cambio en la protección, reparación y transformación usando soluciones que han funcionado para las comunidades en las primeras líneas y para lxs trabajadorxs.

Nacionalmente, debemos dejar de invertir en el ejército, cuyo presupuesto proyectado para el siguiente año, $636 mil millones, es más de la mitad del presupuesto discrecional para 2021. Esto incluiría la abolición de Immigration and Customs Enforcement (ICE). A nivel de los condados y estados, debemos dejar de invertir en la policía, las fuerzas cada vez más militarizadas que provienen de las patrullas de esclavos y que siguen brutalizando a las comunidades negras, de color e indígenas. 

Debemos proteger y reparar a las comunidades por la violencia histórica y presente y lo que impone la economía extractiva. Y debemos transformar las relaciones interdependientes que conectan a nuestro sistema de gobernanza con la gente, comunidades, trabajadorxs y la Tierra en nuestro camino hacia una economía feminista regenerativa. En lugar de mercantilizar a la violencia, una economía feminista regenerativa financia el cuidado a nivel interpersonal, comunitario y estructural.

La economía regenerativa se basa en la restauración ecológica, la protección de las comunidades, las colaboraciones equitativas, la justicia y procesos participativos plenos y justos. Una economía regenerativa valora la dignidad del trabajo y la humanidad y prioriza la gobernanza de la comunidad y la propiedad del trabajo y de los recursos, en lugar de sistemas opresivos que desvalorizan a las personas y su trabajo a través del acaparamiento violento de unos pocos. En lugar de limitar la capacidad de las personas para confeccionar plenamente la democracia y las decisiones que impactan a nuestras comunidades, una economía regenerativa apoya la gobernanza participativa colectiva e inclusiva. Requiere una relocalización y democratización de cómo producimos y consumimos los bienes y asegura que todos tengamos acceso pleno a comida saludable, energía renovable, aire y agua limpios, buenos trabajos y entornos saludables para vivir. Una economía regenerativa requiere un enfoque feminista y hacia la vida que sea explícitamente antirracista, antipobreza, interseccional y evite las ideologías patriarcales, clasistas, xenofóbicas y racistas que se imponen de arriba abajo.

La economía feminista entiende a la vida—su producción, crecimiento, sustento y reproducción—como la fuente real del valor. Una economía feminista regenerativa sostiene cuatro principios para reimaginarnos a nuestro mundo: asegurar la autonomía corporal y la autodeterminación en relación a las personas feminizadas y de género no conforme; socializar el trabajo reproductivo; estar en buenas relaciones con la gente globalmente; y estar en una buena relación con la naturaleza.